Queridos amigos, quizás os ha llamado la atención que en el post de los carteles históricos de la Semana Santa, aparece en numerosos carteles la imagen de un Cristo, cuyo brazo derecho está bajado. Curioso, ¿verdad? Esto corresponde también a otra leyenda, "A buen juez, mejor testigo" escrita por
José Zorrilla, conocida vulgarmente, como la del Cristo de la Vega . ¿Os apetece conocerla?
Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés
de Vargas. Estos dos se amaban locamente, pero un día llegó una mala
noticia para los dos, Diego tenía que partir hacia Flandes y esto sembró
el miedo y el terror ante los dos, ya que este viaje les separaría y
solo Dios sabe por cuanto tiempo. Llegó la hora de la despedida y esta
se produjo en la capilla del Cristo de la Vega en la cual los dos se
juraron amor eterno y Diego tocando los pies de Cristo prometió
desposarla en cuanto regresara.
Mientras Inés se marchitaba de tanto llorar,
ahogándose en su desesperanza y desconsuelo, desesperado sin acabar de
esperar, aguardando en vano la vuelta del galán. Todos los días rezaba
ante el Cristo testigo de su juramento, pidiendo la vuelta la Diego,
pues en nadie mas encontraba apoyo y consuelo.
Dos años pasaron y las guerras de Flandes acabaron,
pero Diego no regresaba, pero Inés nunca desesperó y todos los días
acudía al miradero en espera de ver aparecer a su amado. Un día vio
aparecer un tropel de hombres a lo lejos que se acercaban a la muralla
de la ciudad, y se encaminaban a la plaza del Cambrón, esta fue
corriendo hacia allí a ver quienes eran como había hecho muchas otras
veces, cuando allí llegó el corazón le palpitó con fuerza, al frente del
pelotón de hombre en cabeza iba Diego. ¡Por fin! Tanto tiempo esperando
dio fruto, Inés dando gritos de alegría agradecía al cielo el haberle
traído sano y salvo, pero Diego al verla le hizo caso omiso como si no
la conociera y dando espuelas al caballo se adentro en las callejuelas
de Toledo.
¿Qué había hecho cambiar a Diego Martínez? Posiblemente fuera su
encubrimiento, pues de simple soldado fue ascendido a capitán y a su
vuelta el rey le nombró caballero y lo tomó a su servicio. El orgullo le
había trasformado y le había hecho olvidar su juramento de amor;
negando en todas partes que él prometiera casamiento a esa mujer. Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con
amenazas y muchas mas con llanto; pero el corazón del joven capitán de
lanceros era una dura piedra y continuamente le rechazaba.
En su desesperación solo vio un camino para salir de la dura
situación en que se encontraba, ya que en todas partes de la ciudad
murmuraban sobre el caso de Diego e Inés, y fue acudir al gobernador de
Toledo que en esta caso era Don Pedro Ruiz de Alarcón y le pidió
justicia. Don Pedro hizo acudir ante él en el tribunal a Don Diego
Martínez y a Inés y primero escucho a uno contar lo acontecido para mas
tarde escuchar a Diego negar haber jurado casamiento a Inés. Ella
porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el
gobernador. Era la palabra de uno contra la del otro.
En el momento en el que Diego iba a marcharse con gesto altanero,
después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo
detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quien
era ese testigo todos se quedaron paralizados por el asombro, tras un
silencio aterrador y una breve consulta de don Pedro con los jueces que
le acompañaban decidieron ir al Cristo de la Vega a tomarle
declaración.
Todos se acercaron a la ermita, un tropel de gente acompañaba el
cortejo, pues la noticia del suceso se había extendido como la pólvora.
Entraron todos en el claustro, encendieron ante el Cristo cuatro cirios y
se postraron de hinojos a rezar en voz baja. a continuación un notario
se adelantó hacia la imagen y teniendo a los jóvenes uno a cada lado y
después de leer la acusación en voz alta, demandó a Jesucristo como
testigo:
-¿Juráis ser cierto que un día, a vuestras divinas plantas, juró a Inés Diego Martínez por su mujer desposarla?
Tras unos momentos de expectación y tensión el Cristo bajo su mano
derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos abrió los
labios y exclamo:
- Sí Juro.
Ante este hecho, los jóvenes renunciaron a las vanidades de este mundo y entraron en sendos conventos.
(Fuente: http://www.toledoaldia.com)
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